Los grandes escritores crean de inmediato un cisma, en el sentido de ruptura y de fundación. Son heterodoxos, heréticos y postulan con su obra una nueva verdad.
in La Tentación del Fracaso de Julio Ramón Ribeyro, Seix Barral
El cuerpo central terminaba en una puerta alta y cuadrangular, sempre com llave, nunca supimos qué contuvo, tal vez esos papeles y fotos que uno arrastra desde la juventud y que nno destruye por el temor de perder parte de una vida que, en realidade, ya está perdida. (…)
(“El ropero, los viejos y la muerte”, El próximo mes me nivelo, p. 402)
Pero la soledad tenía muchos rostros. Él había conocido unicamente la soledad literária, aquella de la que hablaban poetas y filósofos, sobre la cual había dictado cursillos en la universidade y escrito incluso un lindo artigo que mereció la congratulación de sua colega, el doctor Carcopino. Pero la soledad real era outra cosa. Ahora la vivía y se daba cuenta cómo crecía el espácio y se dilataba el tiempo cuando uno se hallaba abandonado a su próprio transcurrir en un lugar que, aunque no fuese grande, se volvía insondable, porque ninguna voz respondia a la suya ni ningún ser refractaba su existência. (…)
Conducía distraído, extraviado, por calles arboladas y lóbregas, donde ya no se veía a nadie y sin ver tampoco a nadie, pues en espíritu estaba su biblioteca, siete mil volúmenes lo rodeabanm del brazo de Jenofonte o de Tucídides recorria reinados, guerras, coronaciones y desastres. Y odiaba haber cedido a esa tentación banal esa excursión por los extramuros de la serenidade, olvidando que hacía años había elegido una forma de vivir, la lectura de viejos manuales, la traducción paciente de textos homéricos y el propósito ilusório pero tenaz de proponer una imagen antigua, probablemente escéptica, pero harmoniosa y soportable de la vida terrenal.
(“Terra incógnita”, Silvio en El Rosedal, p.409 e p. 412)
(…) Allí no quedaba nada, sino polvo del saber. La codiaciada biblioteca no era más que un montón de basura. Cada incunabele había sido roído, corroído por el abandono, el tiempo, la incúria, la ingratitud, el desuso. Los ojos que interpretaron esos signos hacá años además que estaban enterrados, nadie tomó el relevo y en consecuencia lo que fue en una época fuente de luz y de plácer era ahora excremento, caducidade. (…)
(“El polvo del saber”, Silvio en El Rosedal, p.421)
Su vida, en una palabra, estaba definitivamente trazada. No esperaba de ella ninguna sorpresa. Sabía que dientro de diez o veinte años tendría que morirse y solo además, como había vivido solo desde que desapareció su madre. Y gozaba de esos años póstumos com la conciencia tranquila: había ganado honestamente su vida- sellando documentos durante un cuarto de siglo en el Ministerio de Hacienda-, había evitado todos los problemas relativos al amor, el matrimonio, la paternidade, no conocía el ódio ni la envidia ni la ambición ni la indigência y, como a menudo pensaba, su verdadeira sabiduría había consistido en haber consucido su existência por los senderos de la modéstia, la moderación y la mediocridade.
(“Tristes querelas en la vieja quinta”, Silvio en El Rosedal, p.422)
La vida no podía ser esa cosa que se nos imponía y que uno asumía como un arriendo, sin protestar. Pero qué podía ser? En vano miró a su alrededor, buscando un indicio. Todo seguia en su lugar. Y sin embargo debía haber una contraseña, algo que permitiera quebrar la barrera de la rutina y la indolência y aceder al fin al conocimiento, a la verdadeira realidade. Efímera inquietude! Terminó de afeitarse tranquilamente y encontro su tez fresca, a pesar de los años, si biene n el fondo de sus ojos creyó notar una lucecita inquieta, implorante.
(“Silvio en El Rosedal”, Silvio en El Rosedal, p.489)
Mi companero y yo luchábamos sistematicamente contra la molicie. Sabíamos muy bien que ella era poderosa y que se aduenaba facilmente de los espíritus de la casa. Habíamos observado como, agazapada en las comidas hiertes, en los muelles sillones y hasta en las melodias lânguidas de los boleros, aprovechaba cualquier instante de flaqueza para tender sobre nosotros sus brazos tentadores y sutiles y envolvemos suavemente, como la emanación de un pebetero.
Había, pues, que estar en guardia contra sus asechanzas; había que estar a la expectativa de nuestras debilidades. Nuestra habitación estaba prevenida, diríase exorcizada contra ella. Habíamos atiborrado los estantes de libros, libros raros y preciosos que constantemente despertaban nuestra curiosidad y nos disponían al estudio.
Habíamos coloreado las paredes con extraños dibujos que dia a dia renovábamos para tener siempre alguna novedad o, por lo menos, la ilusión de una perpetua mudanza. Yo pintaba espectros y animales prehistóricos, y mi companero trazaba con el pincel transparentes y arbitrarias alegorias que constituían para mi un enigma indescifrable. Teníamos, por último, una pequena radiola en la cual en momentos de sumo peligro puníamos cantigas gregorianas, sonatas clásicas, o alguna fustigante pieza de jazz que comunicara a todo lo inerte una vibración de ballet.
A pesar de todas estas medidas no nos considerábamos enteramente seguros. Era a la hora de despertamos, cuanclo las golondrinas (eran las golondrinas o las alondras?) nos marcaban el tiempo desde los tejados, el momento en que se iniciaba nuestra lucha. Nos provocaba correr la persiana, amortiguar la luz y quedamos tendidos sobre las duras camas, dulcemente mecidos por el vaivén de las horas., Pero estimulándonos reciprocamente con gritos y consejos, saltabamos semidormidos de nuestros lechos y corríamos a través del corredor caldeado hasta Ia ducha, bajo cuya agua helada recibíamos la primera cura de emergência. Ella nos permitia pasar la manana con ciertas reservas, metidos entre nuestros libros y nuestras pinturas. A veces, cuando el calor no era muy intenso salíamos a dar un paseo entre las arboledas, viendo a la gente arrastrarse penosamente por las calzadas, huyendo también de la molície, como nosotros.
La Molicie, “ Cuentos de Circunstancias”, Cuentos Completos, Julio Ramón Ribeyro, Alfaguara, p. 102
Solo quiero mencionar três nouvelles o novelas breves, Al pie del acantilado, Silvio en el rosedal y la muy autobiográfica Solo para fumadores como ejemplos de la calidad sin par de la narrativa de Júlio Ramón Ribeyro. Escritos con muchos anos de distancia, estos três relatos bastarían para situar a su autor entre los más grandes exponentes de la narrativa breve en el mundo occidental. Son, por lo demás, prueba contundente de la incapacidad de Ribeyro de escribir por hedonismo, complacência o provecho; su obra no está hecha para satisfacer las expectativas del consumidor de novedades, y, más bien, acontece al margen de las ofertas y las demandas. Su ambición es mayor: ser un arte genuíno. Y el lector tiene ante si todos los cuentos de un narrador excepcional que, a lo largo de cuatro décadas, se ha entregado a la literatura sin aspavientos, alejado de modas y todo tipo de experimentalismos al dia. Leer a Ribeyro, como bien señala Júlio Ortega, es un ejercicio de aficionados comprometidos con la letra viva de la mejor literatura, aquella que, como pocas cosas ya, sigue siendo una pasión gratuita. En los espejismos y desvaleres de estos tiempos, estos cuentos nos acompanan, fieles.
ALFREDO BRYCE ECHENIQUE
(Nos próximos dias viajarei na companhia deste senhor- Julio Ramón Ribeyro. A expectativa é elevada.
Em casa tenho à espera o Musil- em relação a este, e ainda a meio do primeiro tomo, não consigo deixar de pensar como é que alguém conseguiu encerrar o mundo (uma visão eurocêntrica, concedo) em apenas algumas páginas. Até ao momento oscilo entre o entusiasmo e a frustração. O entusiamo de ter a possibilidade de pensar sobre diversos assuntos e manter-me desperta. A frustração de ter a certeza que estou a tocar apenas a superfície desta obra.
Resumindo, acho que começo a semana em boa companhia)